
Son las 2:53 de la tarde. El sol brilla mucho y pega fuerte. Y yo...estoy en mi oficina.
Salí a las 12.00 de DeporTEA, escuela donde estudio Periodismo Deportivo, y llegué al trabajo a
la 1.00.
Aproximadamente 15 minutos fueron los que tuve que esperar al bendito ascensor del edificio
que no baja nunca. El visor de la cosa esa maldita que sólo sabe subir, bajar, trabarse y reunirte
en un pequeño viaje, a veces para arriba, otras para abajo, con personas que seguramente, si
verías en la calle, cruzarías, o te rascarías un cachete de la cara que en realidad no te pica para
disimular tu andar por la vereda, indicaba que el ascensor estaba en el piso cuatro. Faltaba poco
para Planta Baja. Tres, dos... y cuando mis ojos se achinaban de felicidad... la flechita empieza a
subir de nuevo. ¡¡¿Qué?!! Otra vez lo mismo.
Luego de un par de suspiros y puteadas que me mandé en voz baja, llegó el ascensor.
"Piso 11", dice la voz del ascensor. Es una voz sensual, parecida a la de Moria, pero que sólo sabe
contar del 1 al 11, o en su defecto, decir "el ascensor está sobrecargado", unas aproximadamente
veinte veces sin parar, hasta que alguien al fin decide bajarse, después de 5 minutos de miradas
desentendidas y silencio absoluto.
Pero volvamos a mí. Bajo del ascensor, con hambre. Así que ya estaba pensando qué me iba a
pedir para almorzar junto a mis compañeros de trabajo.
Pero no. Resulta que los chicos se pidieron todos comida en Mc Donalds. Unos copados. Nunca un
mensaje de texto, nunca un ¿Vos querés?
En fin. Decidí que si nadie pensaba en mí, entonces para qué sentarme en la mesa con aquellas
personas. Así que agarré mi ipod y salí a caminar en mi hora de almuerzo.
Una, dos, tres, cuatro cuadras. Paré en un kiosko y me compré un sandwich enorme con mucha
mayonesa, pero para tomar, una Coca Zero, claro.
Seguí mi recorrido sin rumbo y cuando me cansé de caminar, retorné a la oficina. Justo antes de
llegar, me entregaron un folleto del "Proyecto Sur", que decía: "Legislar hoy para gobernar
mañana".
En una de las páginas había un título que decía "El hambre es un crimen" y que explicaba
básicamente que, en Buenos Aires, el 30,1 % de los chicos de menos de 18 años vive bajo la línea
de pobreza y que el 13% pasa hambre.
En realidad, no sabía bien cómo o con qué estrenar mi blog, pero después de leer eso, recordé unas pequeñas líneas que escribí la semana pasada relacionadas con este tema, así que, ahora que ya conté cómo es más o menos un simple y aburrido día en mi vida, acá van:
"Que se calle, que se calle", susurra en voz baja mientras tiembla en aquel rincón.
El sol ya bajó y el viento sopla cada vez más fuerte. Y él que no se calla.
No puede moverse, pues ya no tiene fuerza, pero él, sin piedad, sigue lastimándolo. Amenaza con seguir haciéndole daño si no le da lo que quiere.
Ahora, una lágrima moja su rostro destiñiendo su cara sucia y dibujando un triste y zigzagueante camino en ella, para luego abandonarla y caer hasta estallar por completo en el suelo.
Sus dedos cuelgan cual hilos de sus pequeñas manos y las moscas pelean por posarse en su cuerpo como perros por un pedazo de carne.
Más fuerte, más fuerte. El dolor se vuelve cada vez un poco más fuerte. Porque él sigue gritando, lo lastima, lo tortura.
Le pesa su cuerpo que no pesa nada. Las rodillas... arden. Está solo, arrodillado, sin moverse durante horas.
Y sí, está solo. No hay nadie a su alrededor. Tampoco está herido, pero le duele, le duele como una puñalada en el medio del pecho.
Es que tiene hambre. Y su estómago no se calla. No se calla".

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